sábado, 9 de octubre de 2010

  El nombre exacto de las cosas 

                                                           (A Rubén Vela)
                                                                  -Carmina-

Poeta,
Del árbol no me hables.
Ponlo a reverdecer frente a mis ojos;
No me cuentes la historia de la piedra,
Dame su mudo nombre,
Su endurecida voz de tiempo sin orillas.

No me digas, poeta,
Lo que los ojos ven,
Lo que escucha el oído,
Lo que la mano toca...

¿Para qué sirve, di, la palabra que, ciega,
Resbala como el agua?
¿La palabra que rueda veloz
Y no destila
Por las grietas sagradas del instante?

¿Para qué sirve el aire
Si el pájaro no vuela?

No me hables, poeta,
Del amor, de la dicha, del odio
O de la lágrima:
No permitas que escapen con los nombres
Las cosas
Igual que se desprenden las hojas de las ramas.

Dame la sombra oculta que yace tras la sombra,
La fugitiva noche,
La estación hechizada,
El germen que en la sangre te enracima los sueños
Y te los vuelve arena de luz
Y madrugada;
Dame la tierra pura donde otra sed germina,
Donde aguarda el remoto estupor de la nada,
Donde esculpes por dentro el mármol de las horas
Y a la flor del olvido le sorbes su fragancia.

Pero no cuentes nada que la lluvia no cuente
O lo murmure
El sordo eco de la distancia;
Ni el labrado apellido pronuncies del otoño
Si sus marchitas hojas
No pueblan tu nostalgia...

Que la palabra es sólo
Vapor, celaje y bruma
Mientras un sol secreto no anide en sus entrañas.


                  Impromptu 

Por alguna razón sabia que ignoro,
El Hado o el azar –me da lo mismo–,
Ha gestado con vértigo de abismo
La carne fugitiva en donde moro.

Presa soy desde entonces del engaño
Del segundo que fluye, escalofrío
Que me arrebata el mundo que era mío
Y lo vuelve distante, mudo, extraño...

¿Quién es el que se expresa por mi boca?
¿Quién mi rostro y mis gestos ha usurpado?
¿Quién el cristal quebró de mi secreto?

Yo jamás lo sabré..., pero alguien toca
A la azorada puerta y me ha dejado,
Desnudo y transparente, este soneto.

A la manera de Borges
Carmina

El ancho mar tal vez o el claro día,
-O un presagio quizás de noche helada-,
Colgó un gorrión de luz en la ensenada
Donde medra el silencio y se extravía.

Del canto hay que dar fe... ¿En donde cría
Su secreta verdad la flor nevada?
¿Cómo frutecen de la sorda nada
El antes y el después y el todavía?

Basta de preguntar, ¿acaso ignoras
Que, rama seca, la razón se astilla
Y el instante te roe y descalabra?

Un espejo eres tú de vagas horas
Que reflejan el sueño de la orilla
Donde eterna germina la palabra.
María
                                     -Carmina-

Tus ojos me recuerdan los parados del olvido
Donde el silencio urde las formas del enigma
Y tus labios dibujan el arduo paradigma
De un clavel inocente que se ha desvanecido.

Me enternece el desnudo candor de tu reproche
Y oigo el azul del mar rompiendo en tu sonrisa:
Te miro, y creo ver el rostro de la brisa;
Te abrazo, y creo palpar el alma de la noche.

Vienes desde un remoto y primordial arcano,
-País que vagamente adivinó mi sueño-,
A enredarme en tu malla gloriosa de mujer.

Te acercas lentamente, me tomas de la mano,
Y de pronto sin alas hacia ti me despeño
Y lo que no veía, por fin lo puedo ver.

 Te esperaré en el hueso 

Te esperaré en el hueso,
En el instante oscuro de la tierra,
En el duro silencio descendido,
En la brutal quietud yerta y rendida,
En la afanada carne que trabajó la muerte,
En la cavada latitud del cráneo,
En el tendón exhausto,
En el latido roto,
En el dolor
Y el grito.
Te esperaré en el hueso,
En el vencido cuenco de la mano,
Más allá de la voz y del gemido,
Más allá de tus ansias guturales,
Más allá de tu cuerpo desprendido,
Donde empujó la vida tu esqueleto
Y el eco degolló tu rostro herido.
Te esperaré en el hueso
Solitario
Y a solas yo conmigo,
Con mis pobres palabras magulladas,
  Con mi gesto de niño sorprendido,
Con mis cuatro canciones olvidadas
Y mi amago de páramo ofendido.
Te esperaré sin falta desde el hueso,
Desde el afán más viejo y derruido,
Desde el más sordo músculo del viento,
Desde mi ciego instante concluido.
Te esperaré sin falta en el espejo
Y te veré pasar
Lento y sin ruido,
Sombra que nace de la sombra,
Forma que vuelve del olvido,
Amanecer de arteria derramada
De pájaro y cuchillo.
Te esperaré en el hueso y más adentro,
Donde es más polvo el polvo
Y más hundido,
En las praderas fúnebres del llanto,
Despojado de piel y carne el grito,
Desnudada de forma la presencia,
Desprendido del alma el infinito.
Te esperaré en el hueso,
No lo dudes,
Y te veré pasar muy despacito
Sin que te enteres nunca que has pasado
Por mis versos de cal y de granito.

¿Qué te puedo entregar...? 
                                 -Poetizaciones-

¿Qué te puedo entregar sino estos ojos
A cuya simple claridad te asomas?
¿Qué te puedo yo dar?... Estos antojos
De verso azul y de silencios rojos...
Sobre mi corazón, posadas, las palomas.

Nada ate puedo dar salvo la vida,
Y la vida me das si tú la tomas...
¡Oh, milagro de amor, tea encendida
Con que alumbro la muerte sorprendida!
... Sobre mi corazón, posadas, las palomas.                                     

                           Los galeones 
                          -Intento de bandera- 

Una tarde, -quizás fue en la mañana-, 
Llegaron los galeones, 
Y de sus vientres cóncavos y oscuros 
Escaparon las ratas. 
Desde ese día tiene fecha el dolor, 
El asco tiene nombre, 
Hace el desprecio gestos obscenos con la mano 
Y el odio se retuerce –vidrio roto y alambre- 
En la pupila pálida del miedo. 
Desde ese día dejó la rueda de girar, 
Se prolongó el oprobio 
Y el viento se detuvo, más allá de la muerte, 
En el hueso desnudo y en la sangre. 

Yo esa tarde de insomnio, 
-Quizás fue en la mañana-, no me encontraba allí; 
Pero recuerdo haber visto llegar los galeones 
A toda vela desplegada; 
Y recuerdo también que conté una a una 
Las ratas que bajaron, 

Las que fueron saliendo de los redondos vientres 
Cóncavos y oscuros. 

Desde ese instante un raro escalofrío 
Estremeció mis sueños, 
La distancia dejó de ser distancia, 
Dejó el pasado de estar atado atrás, 
En el mudo rincón de la memoria, 
Y con un solo grito amordazado, 
En una sola contorsión, 
De un solo salto, 
Cayó la historia sobre mí y quebró mis espaldas. 

Una tarde, -quizás fue en la mañana-, 
Llegaron los galeones. 
Ha transcurrido el tiempo desde entonces, 
Años, décadas, siglos, 
Pero ahí están: 
Los observo mecerse suavemente en el agua..., 
Sobre las mismas aguas del mismo mar azul, 
Sobre el mismo pavor, 
Sobre la misma muerte que trajeron 
Los galeones están... 

Nunca, nunca se han ido 
Desde que echaron ancla.

   La prostituta callejera 
                             -Intento de bandera- 

Va arrastrando la noche en sus tacones 
Por la acera lasciva y solitaria. 
Es la falda muy corta y muy ceñida, 
Su alegría insolente y maquillada. 
En el piso más bajo del instinto 
Un aliento de ron la sombra exhala. 
Con llamativa pose en una esquina 
Sus éxtasis efímeros proclama. 

Y va creciendo en la pupila el grito 
De las viejas lujurias enterradas, 
Y se espesa la umbría en los rincones 
Mientras lame su hocico la alimaña. 
A pocos pasos el amor se vende, 
Módico el precio y en cualquier calzada; 
Es un amor de besos impostores, 
De mecánicos gestos y palabras, 
Es una flor que en la cuneta nace 
Sin que aspirar podamos su fragancia. 


Va arrastrando la noche en sus tacones, 
En las ojeras el hastío se alarga, 
La fatiga en sus labios se transforma 
En obscenos amagos de bonanza; 
Bajo la blusa los redondos senos 
Prometen el olvido y la esperanza; 
Un acre olor a sueño marchitado 
Se desnuda en el aire y se derrama. 

Del cigarrillo queda la ceniza, 
De la noche, cenizas en el alma. 

El asco entre las piernas fue trepando 
Hasta que amaneció. Ella se marcha... 
En el rancho durmiendo espera un niño: 
Hoy tendrá la comida asegurada. 

   Ese hombre 
                   -Poemas del hombre nuevo- 

Ese hombre 
Que camina a mi lado sin que nadie lo note, 
Sin que nadie se entere de su muda 
Presencia cabizbaja, 
Ese hombre que camina a mi lado lentamente 
Colgándole el cansancio en las sandalias, 
Corriéndole el sudor por la camisa, 
Chorreándole el dolor por la mirada, 
Ese hombre 
No llora aunque esté triste, 
No ríe aunque esté alegre, 
No siente aunque esté vivo 
Y ni siquiera sabe 
Hacia dónde se enfila la jornada 
Ni que hace allí, en medio del camino... 

Ese hombre, 
Por no saber ni tan siquiera sabe 
Qué preguntar al vuelo de los pájaros, 
Ni al misterio del agua, 
Ni al enigma del trigo, 
Ni al aroma del mangle en el recuerdo, 
Ni a la sombra apacible, 
Ni a la distancia sorda de los pasos 
Con los que va apremiando la distancia. 

Ese hombre, 
Que jamás está solo aunque esté solo, 
Que mora en la ternura, 
Que se asienta en la lágrima, 
Que se recoge siempre en el asombro 
Y se desliza siempre en la nostalgia, 
Ese hombre 
Yo lo conozco bien... y el me conoce: 
Vamos los dos por una misma ruta, 
Los dos tenemos una misma casa, 
Ambos soñamos con el mismo sueño 
Debajo de la misma madrugada, 
Ambos hacemos juntos el sendero 
Sin que crucemos nunca una palabra. 

Yo lo dejo seguir siempre a mi lado 
Sin que nada le diga, 
Sin que él me diga nada, 
Ese hombre 
Que camina tranquilo y sonriente 
Me mira como tú, 
Te mira como yo, 
Nos acompaña.

Gracias
                 -Poemas del hombre nuevo- 

Gracias te doy por mi palabra, 
Por la indeclinable claridad de mis pupilas, 
Por el misterio de mis manos, 
Por la fecundidad de mis blancos insomnios, 
Gracias te doy por el camino, 
Por el guijarro, el polvo, el agua, el viento, 
Por la nostalgia de los atardeceres 
Que se escurren en la ancestral quejumbre de la playa; 
Gracias también por la brisa 
Que sostiene en sus manos la ligera cometa 
De mi infancia, 
Gracias te doy por la lluvia, 
La lluvia que despierta ese aroma de tierra humedecida 
Que se oculta en mi carne, 
Gracias te doy por las palomas, 
Por el árbol y el sol, por el calor y el frío, 
Por la noche mojada de preguntas, 
Por la sencilla verdad de la mañana, 
Por el delirio de este instante que afirma, 
Más allá de la duda y la certeza, 
La razón de la espiga. 
Gracias, en fin, por el recuerdo, 
Por el país remoto de los cuentos, 
Por el enigma de un barco de papel 
Que viene desde siempre remontando el silencio. 

Gracias, mi corazón, mi vida, mis añoros, 
Por enseñarme a ser este que soy, 
Este que simplemente sabe 
Dar las gracias. 

     Las cosas familiares 

-Los nombres del olvido- 
Vivo entre cosas que acaricio y nombro, 
(Rozo apenas su piel, no sus entrañas). 
Las contemplo y me ignoran. Son extrañas 
Criaturas del instante y del asombro. 

Son familiares rostros que me insultan 
Con el brusco silencio del hastío, 
Los peces recelosos que en el río 
Del estupor asoman y se ocultan. 

Con perfidia sus formas se derraman 
Sobre los extravíos del momento 
Y por más que fatigue, el pensamiento 
Nunca sabrá en verdad cómo se llaman. 

No podré saborear lo que me ofrecen 
Desde el gesto ancestral de la penumbra; 
Cuando el azar las besa o las alumbra 
Me evitan y se van: se desvanecen. 

Triviales cosas que la carne orillan 
Al linaje lustral de las edades, 
Comunes e inasibles otredades 
Que –yo no sé por qué- me maravillan. 

Ese portón que esperas que se abra, 
Ese perfume que tu añoro anega, 
Esa nostalgia que de pronto entrega 
Su vaga sed oscura a la palabra; 

Esas lluvias del antes que aprovechan 
Los sueños del ahora al que me amarro, 
Esa nube, esa grieta, ese guijarro..., 
Cosas que no comprendo y que me acechan; 

Cosas que desde un mudo paroxismo 
Me hablan de antaños donde el hoy habita, 
De una espesa heredad que resucita 
Cargada de presagios del abismo. 

Cosas tras cuyo rastro me he perdido 
Como se pierde el viento en el escombro, 
Cosas que se ame van cuando las nombro 
Hacia la eternidad o hacia el olvido. 

                  Apremios 
                       -Los nombres del olvido- 

El tiempo es una forma presurosa 
Que resbala en la sangre y que palpita, 
Un oscuro temblor que precipita 
La levedad insomne de la rosa. 

Hijo del a tiempo soy, de la semilla 
Ausente del ayer y el hoy incierto, 
Hijo de la llovizna en el abierto 
E inmemorial olvido de la arcilla. 

Las sombras que me asedian, ¿son mi infancia? 
La imagen del espejo, ¿acaso es mía? 
¿Quién enhebra mi voz? La lejanía. 
¿Quién mis silencios urde? La distancia. 

Nadie responderá, lo sé. Mi suerte 
Ligada está al quizás y a la aventura 
De este ver que me voy, de esta locura 
Que sin pausa me empuja hacia la muerte. 

         La bomba de neutrones 
                -Poemas del hombre anodino- 

¡Por fin tenemos bomba de neutrones! 
La ciencia está de plácemes y orgullo 
Y con razón, pues el mérito es suyo 
Al brindarnos tan gratas emociones. 

A ella le compongo estas canciones, 
-Ya que entre los que elogian yo me incluyo-, 
A fin de que se junte mi murmullo 
Con su canto de oscuros megatones. 

¡Qué bomba tan higiénica y tan pura, 
Tan aséptica y desodorizada, 
Tan práctica, económica y decente!, 

Y hasta más le diré, -si usted me apura-, 
Que esa bomba es muy civilizada 
Pues, ¡caramba!, sólo mata la gente. 

  Fermosa canción al estilo de antaño non 
     comprometida con los males del siglo 
              -Poemas del hombre anodino- 

Este poema me salió sin nombre. 
Que nadie se asombre. 

En este poema habrá cualquier cosa 
Pero no hay poesía. 
Que nadie se ría. 

En este poema me luce que hay algo, 
Algo que cojea. 
Que nadie lo lea. 

Quizás sea la rima, quizás la cesura, 
Quizás la cadencia. 
Pues tenga paciencia. 

Para hacer poemas basta la palabra, 
La palabra pura, la palabra ascética. 
¡Que viva la estética! 
No importa que llore el niño de hambre 
Con lodo por cuna. 
Yo canto a la luna. 

Yo canto a la luna 
 Poéticos calambres, yo no canto al hambre. 
El hambre importuna. 

Mi poesía es pura, 
Pura y transparente como agua de fuente. 
¡No sea impertinente! 

No me pida nunca que cante la tierra 
La sangre y el hueso. 
Yo no sé de eso. 

Yo soy un poeta 
Y por eso siempre llevo una careta. 
Yo soy un poeta. 

Yo canto los lagos, los cisnes, las flores, 
La blanca neblina que opaca la calle 
Y que el mundo estalle. 

Yo canto la brisa y la sal marina 
Que la tarde aporta. 
Lo demás no importa. 

No me importa nada 
Porque la palabra no es paso ni es senda. 
Que nadie se ofenda.
 Me basta mi canto 
Porque el canto basta. 
Mi poesía es casta. 

No debe ensuciarse del cieno del día, 
Del cieno del mundo 
La dulce poesía. 

Yo canto las penas, 
Los suaves martirios de los amadores 
Cual los trovadores 

Cantaran antaño para las sus damas, 
Poemas que eran perfumes y olores, 
Poemas que eran flores. 

Yo canto la nada inmortal de unos versos 
Que suenan y suenan 
 rítmicos y tersos. 

Yo canto el amor, la risa y la pena. 
Mas siempre la mía 
Y nunca la ajena. 

Música, cadencia, ritmo y justa rima. 
Todo lo demás, 
Quítenlo de encima 

Ya ven como es fácil de hacer un poema 
que no diga nada 
Con música buena. 
Ya ven como es fácil de hacer la poesía 
Aunque nos degüellen 
De noche y de día. 

Ya ven como es fácil tejer unos versos, 
Aunque seamos todos 
Pasto de perversos. 

Ya ven como es fácil lograr la cadencia, 
Un poco de ingenio 
Y algo de paciencia. 

Que nadie se turbe, que nadie se agite, 
Que cante el poema 
Y que el niño grite. 

Que mueran los hombres y la sangre ruede, 
Que el poema canta y canta 
Mientras puede. 

Y cuando la muerte sacuda al poema 
Pues no importa, 
Crea, 
Ya que no habrá nadie 
Para que lo lea. 

   Despedida 
                -Poemas del hombre anodino- 

Pues, lector generoso, ya has llegado 
Al final de este libro improcedente 
Y en verdad es que has sido complaciente 
Por soportar mi verso indelicado. 

Un soneto final ate he dedicado, 
Como tiene que ser: impertinente, 
En puro endecasílabo vehemente, 
Con ritmo, rima y metro elaborado. 

Pues también sé componer cual solía 
El antiguo cantor del alma sola 
Que en gemebundos trinos se perdía. 

Mas, seme franco y saca la careta, 
Tú prefieres beber la Coca-cola, 
Y yo prefiero, amigo, ser poeta.

                                                 


                                         


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